¡Qué gran bendición!
"A vosotros primeramente, DIOS, habiendo levantado a Su HIJO, lo envió para que os bendijese, a fin de que cada uno se convierta de su maldad" (Hechos 3.26).
En los inicios de la iglesia, sucedió que había sido sanado un hombre cojo; y debido a esto, se concentró todo el pueblo en el pórtico que se llama de Salomón. Así que, Pedro, que se encontraba con Juan, le habló a la multitud. Dijo que DIOS envió a JESÚS para bendecirlos, con el fin de que ellos se conviertan de su maldad y se vuelvan al SEÑOR (Hechos 3.11-26).
Lo mismo aplica para nosotros, pues nos fue dado un camino nuevo y vivo (Hebreos 10.19-20). Y es el mismo SEÑOR JESÚS quien dijo: "... Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al PADRE, sino por Mí" (Juan 14.6). Este hecho, no puede ser alterado, pues no hay otro intermediario, ni otro Salvador, sino solo ÉL (Hechos 4.12). Por eso, todo aquel que quiera ir al cielo, debe acudir solo a ÉL y aceptar lo que ÉL da por pura gracia (Efesios 2.8).
Esta es la mayor bendición que el SEÑOR nos dio: la salvación eterna de nuestras almas (1° carta de Pedro 1.9). ÉL nos libró del pecado y la condenación y nos acercó al PADRE, reconciliándonos con ÉL para siempre (2° carta a los Corintios 5.18).
¡Qué gran bendición nos da el SEÑOR! (Hechos 3.26).